Se abre la puerta y choca con la pared verde mate y el cuadro de rosas.
Sube mi pierna hasta su cintura, rozándola lentamente, mientras su boca prueba mi cuello con un ligero, pero caliente mordisco. Y me estremezco como la primera vez y me sonrojo como la ultima.
Su piel es tan suave y tersa que no logro sentir separación entre su cuerpo y el mio. Me desabrocha el rojo vestido provocador, que tanto le gusta quitarme y me sacude contra la mesa del comedor, besándome como nunca y sintiéndome como siempre.
El deseo de llegar a la cama se hace palpable y mientras nos desvestimos, sin saber a dónde vamos, llegamos hasta allí, tan calientes que la cama parece helada.
Ya desnudos y tentados, decidimos unirnos completamente por fin. Se me hizo eterno. Pues la complicidad y el deseo que desprendemos es tan enorme, que nos convertimos en uno solo, pero con un millón de sentidos. Pasa el tiempo como si no existiera y llega la hora anhelada.
Hemos hecho el amor con solo una sonrisa y una mirada.
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