Frío como el fuego; caliente como el
hielo; seco como el agua; mojado como el sol. Así es él, todo lo contrario a lo
que podía imaginar, un alma aparentemente fuerte, pero con una sensibilidad
abrumante. Alto joven con rasgos de caballero y corazón de niño, un niño
enamorado o al menos eso cree.
Yo sé que lo que él siente no es amor,
pues lo que busca, no lo encuentra en ella, pero aun así se empeña en seguirla,
en conquistarla, cuando el amor no se conquista, surge. Pero su experiencia aún
no ha crecido; y se derrumba cual torre de piedras, cuando no encuentra ese
anhelado ser. Ese ser que le llene el dichoso agujero negro, al que llaman
soledad. Y es que el amor no es una necesidad, enamorarse es cosa de fortuna y
no tiene que ver con compañía ni soledad. Es simplemente compartir, sinceridad,
complicidad, amor; amistad y respeto. Ella no cumple ninguno de esos requisitos, pero él
desea tanto encontrar esa tan grande ilusión, que no le importa todo el daño
que ella haga, pues ya decidió que ella es su "personificación" del
amor y no hay quien cambie ese pensamiento.
Yo no puedo hacer más que aconsejar, pero
sólo me oye, no me escucha. Escucha más la voz y ve más el rostro, de aquella
chiquilla caprichosa coleccionista de historias, entre lágrimas evaporadas.
¿Cómo ver a una de las personas más
importantes que tienes, tan decepcionado y no poder hacer nada? La frustración
que siento me recorre el cuerpo como un hielo que quema. Y por mucho que quiera
quitarle la sábana de la cara, sólo él, al igual que la golondrina, puede. Y
sólo él puede empezar a quererse antes que a nadie más.
Porque venimos a esta vida con tres
misiones, por este orden: querer la vida; quererte a ti mismo; y lograr irte
sabiendo que te quisieron alguna vez.
Fuerza amigo. La tercera misión ya la cumpliste, te lo aseguro.